Tenía siete años y me encantaba ver Charlie Brown. Mi papá trabajaba en Video Master Chile – empresa que traía todas las películas en VHS al país- y nos llevaba todos los estrenos en videos. No sólo eso, si no que poleras, afiches y todo lo que venía con la promoción de la película. Tenía siete años y estaba en segundo básico, vivía en un departamento cerca del centro y estudiaba en el Colegio Concepción de San Pedro, donde aparecía en todos los actos; bailando, cantando o lo que fuese. Tenía a mi nana y mi profe que pasaban todo el día conmigo. Con el Fran veíamos a Snoopy y su pandilla en la pieza de mis papás comiendo pan con palta. Teníamos el libro del mundo de Carlitos, para mí era lo mejor, mi tesoro, mi primer libro. Tenía siete años y me encantaba ir al parque Ecuador los domingos con mi papá. Tenía siete años y mi papá vivía en mi casa.
Tenía ocho años y nos cambiamos a San Pedro, me encantaba esa casa, aunque tuviera una pieza empapelada con los pitufos y me diera miedo dormir ahí. La casa era grande. Mi nana era otra, pero igual la quería. Mi colegio ahora estaba más cerca, pero igual me iba en el bus. En el patio de la casa había un columpio que estaba frente a la pieza donde mi papá guardaba cientos de películas, afiches y accesorios de videos. Cuando pasaba por ahí me metía a esa pieza amarilla y buscaba alguna película nueva de Charlie Brown, a veces tenía éxito y otras no, pero la sensación de estar ahí me hacia sentir bien. Estaba en el que en ese entonces era el mundo de mi papá, o por lo menos el que yo creía que era su mundo.
Ese año recibí mi primera bici. Era navidad y en Conce llovía. En la casa estaba mi hermano, mi mamá, mi papá y mi nana. En la cena sólo los cuatro, ya que mi nana se sentía mal y prefirió quedarse en su pieza. Esa navidad debió haber sido la mejor, pero no sé, hubo algo que me decía que ésta no sería tan buena. Es la úncia que recuerdo con lluvia. Luego de abrir los regalos nos fuimos donde mi abuela. Yo envolví un par de poleras de Snoopy, de las que mi papá tenía por montones, para llevárselas de regalo a mis primos chicos y a mis tíos. En Conce aún llovía. Nos subimos a la camioneta y en unos minutos llegamos a la casa de mi abuela. La casa era chica, nunca me gustó.
Tenía ocho años y cada mes los viajes de trabajo de mi papá eran más largos. Tenía ocho años y mis papás hablaban menos entre ellos.
Tenía nueve años y mi nana ya no estaba , seguía en el mismo colegio y vivía en la casa de mi abuela, pero sin mi papá. Tenía nueve años y mi papá me pasaba a buscar algunos días del mes. Tenía nueve años y creía que la idea de que mis papás se separaran era las más chora del mundo , ya que sería como Javier Hecker – el weón más bacán de mi curso-; tendría dos casas, más regalos y consentimientos. Tenía nueve años y no entendía por qué el Fran lloraba tanto , o por qué a veces mi mamá tenía que correr de un lado a otro y llamar para que mis tías la acompañaran en la pelu. Tenía nueve años y mis películas de Charlie Brown desaparecían, quizás mi mamá las usaba como regalo de emergencia para algún cumpleaños de los hijos de sus amigas. Mis poleras de Snoopy también se reducían y las pocas que quedaban las usaba para dormir. Tenía nueve años y ese día en el Caracol el enojo de mi papá me dio miedo.
Tenía diez años y tomamos el bus con mi abuela. Nos veníamos a vivir a Santiago. Mi papá nos fue dejar al terminal, creo que no lloré, él tampoco. Mi colegio nuevo me cargaba, nunca participe en los actos ni nada. Pero no importaba, mi mamá estaba contenta. Tenía de nuevo su propio negocio, a mi abuela con nosotros y la veía feliz. Tenía diez años y aún creía que mis papás estuvieran separados era lo mejor de la vida. Tenía diez años y creo que en esos meses vi a mi papá un par de veces. Tenía diez años y ya no me acordaba de Charlie Brown ni Snoopy.